martes, 4 de enero de 2011

¿quién eres?

¿Quién eres? Carlos, Carmen, Lucía, Antonio, Segio, Sandra.... Nombres. Sólo nombres. ¿Eso eres? ¿Sólo un nombre?

No. Dejáme que te cuente como eres. Eres una persona lista. Torpe a veces. Simpática. Inaguantable. Amiga. Enemiga. Cariñosa. Fría.

Eres tantas cosas que por eso me fijo en ti. Te miro. Te observo. Te analizo. Sonrío cuando estás enfrente. Maquillo tus lágrimas. Te animo con mi palabras. Te hago daño con mi voz. Soy lo que quieres escuchar, aunque preferirías no oirme. Me buscas cuando te sientes mal y huyes de mi en todo momento.

Pero ahí sigo; aguanto tu contradicción porque mientras aguanto, analizo la mía propia. ¿quién soy? ¿Qué busco en ti? ¿soy tu amigo o tu enemigo? Lo pienso, lo analizo y sólo hay una conclusión....el tiempo. El tiempo tendrá la última respuesta, la definitiva, la que nos situe en un lugar determinado...

Y el tiempo ha decidido. Ha decidido por los dos. Tú no lo quisiste y yo tampoco lo evité. Dejamos pasar el tiempo. Y el tiempo pasó, helando las palabras y los gestos. Una mirada, una caricia y poco más se pudo sentir. El tiempo pasó y con él, se alejó el momento de las palabras, el momento de los gestos...

Pero en mi memoria siempre quedará un recuerdo: ¿por qué no me llamaste? ¿por qué dejaste pasar el tiempo entre nosotros? En mi mente, dejaste pasar el tiempo. Me abandonaste. Buscaste un lugar donde sentirte feliz. Un lugar alejado de mi.

Pero en mi corazón, la culpa persiste. Tu no me llamaste. Yo no te llamé. Tú no me acariciaste. Yo no te acaricié. La culpa es la piedra que serpentea hacia mi corazón. La culpa, la mía, la tuya, qué más da. La culpa porque te imaginé. Porque te dije. Porque me digiste. Porque fuimos sinceros y la sinceridad nos mató.

La culpa porque, simplemente, éramos amigos. Y como amigos nada te reprocharé aunque en el fondo de mi te odie. Te quiero porque me odio. Me odio porque no te entiendo.